En busca de un lugar en el mundo en el que ver la Semana Santa pasar, hemos venido a dar a cinco rincones paradisiacos, cada uno en lo suyo. Así, nos hemos dejado querer mucho en un beach club y no digamos en un spa con vistas al mar, hemos vuelto a triunfar con Baco, nos hemos tumbado a la bartola (o cama balinesa, que ahora es lo más) en un beach club y escapado a la naturaleza pródiga de Monfragüe, que siempre tiene mucho para dar. Veamos.

Un paraíso muy natural. El de Monfragüe, que es un delirio de grandeza en verde, antes de la raya con Portugal, donde Extremadura se vuelve a poner exquisita. Este parque nacional, con mayúsculas, está en el triángulo que forman Plasencia, Trujillo y Cáceres, casi nada, todas dignas de ver, y se lo debe todo o mucho al Tajo (con perdón del Tiétar, que también), adonde se asoma el Salto del Gitano, su gran observatorio de aves (estamos en un santuario ornitológico), que se alza imponente desde sus 300 metros. Por todas partes, las bucólicas dehesas.

Volarán sobre nosotros cigüeñas negras, alimoches, buitres y la venerada águila imperial. No le falta a Monfragüe ni su ermita ni su castillo (o lo que queda de él). La recomendación aquí, como siempre, es abrir muy bien los ojos, y si se busca alojamiento, hacer parada y fonda en la hospedería Parque de Monfragüe, dentro de sus contornos. Un edificio nuevo, construido con materiales tradicionales pero con decoración de vanguardia. Precio: desde 72 euros. Dónde: Carretera Plasencia-Trujillo, km 37,1. Torrejón el Rubio (Cáceres).